viernes, 21 de enero de 2011

La alegría de ser santas: las Hermanas Clarisas del Monasterio de la Inmaculada Concepción de la ciudad de Zacatecas, México


Enclavado sobre una colina de la cual se observa una magnífica vista a la hermosa ciudad de Zacatecas, México, se localiza el monasterio de las Hermanas Clarisas de la Inmaculada Concepción, quienes todos los días y desde muy temprana hora, se levantan para dar gracias y alabar a nuestro señor a través de las oraciones de la liturgia de las horas (laudes y oficio de lectura) y un rato de meditación, seguido después de la santa eucaristía. Son varios momentos de oración y adoración durante todo el día, las que las mantienen alegres y vigorosas para realizar sus labores diarias, seguidas de sus ratos de estudio y recreo por la tarde y por la noche.

ARANZAZU VILLALOBOS ROMERO, OFS
 MFC, MÉXICO

Hay gente que dice que encerrarse a rezar y a “no hacer nada”, es una pérdida de tiempo. Pero es que no conocen lo que se vive dentro de esos muros, ni cómo se vive, ni mucho menos por quién viven. La verdad es que estas mujeres, esposas de un gran rey y señor, son felices teniéndolo a él, y no necesitan de nada más, pues la alegría, la sencillez y sobretodo su vida fraterna son su principal riqueza y fuente de santidad. Cada día parece ordinario en la vida de las hermanas, pero cuando se vive con ellas, se comparte el corazón y el alma con todas, se vuelve extraordinaria y maravillosa la vida fraterna.

Cada sonrisa, cada palabra, cada mirada y cada trato con las hermanas se vuelve un don precioso que el Señor les ha concedido. No necesitan de grandes cosas ni tecnologías para ser alegres. Ellas trabajan mucho para sostenerse, y gracias a la providencia divina que nunca descuida de sus hijos, siempre han sabido salir adelante, pero sobretodo, todo ello ha sido gracias a sus fecundas oraciones llenas de amor y confianza hacia su padre celestial.

Este monasterio es otro San Damián, pues parece ser que la Madre Santa Clara ha vuelto a vivir en cada hermana, transmitiendo sus rayos de sol a cada una, bendiciéndolas con nuevas y jóvenes vocaciones que refuerzan los pilares de la comunidad. Son alrededor de casi 30 hermanas la mayoría jóvenes y entusiastas que a pesar del clima tan frío de la ciudad no se nota que lo sientan, porque ha bajado a ellas el “sol que nace de lo alto” para dar calor a la humanidad que muere de frío por falta de Dios.

Gracias a la alegría de estas hermanas, se puede decir que aún existe la esperanza de ser mejor, de amar a nuestros hermanos más próximos, y ellas que viven juntas lo han sabido hacer, viviendo en armonía y en paz. ¿por qué nosotros no? Ellas nos enseñan el camino de la alegría, de la simplicidad y de la paciencia, como lo fueron nuestros padres San Francisco y Santa Clara.

Basta con decirle sí a Nuestro Señor y Él hará lo demás, porque la santidad no puede ser posible si no le abrimos las puertas de nuestro corazón, y las hermanas Clarisas de esta venerable y santa comunidad lo han sabido compartir con todo mundo. Porque ellas son el espejo de dios donde debemos vernos retratados.

La fraternidad es fruto de la oración y el don más precioso que el señor Jesús nos ha querido regalar a través de Francisco y Clara de Asís. Como muestra basta acudir a ellas para comprobarlo, pues la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias o milagrosas, sino en vivir con alegría y sencillez la vida que dios nos ha dado, amando y sirviendo a los demás en la vocación a la que somos llamados, y ellas han escogido la mejor parte, estar cara a cara con Jesús Eucaristía, intercediendo y ofreciendo sus trabajos por las necesidades de la humanidad entera.

¡Gracias queridas hermanas, por abrir sus almas al amor de Jesús y a los hombres!

¡Gracias hermanas, por abrir su corazón a las necesidades de sus hermanos, y por enseñarnos a amar como las madres aman a sus hijos!

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